El otro día me dí cuenta que la luna dura allá arriba más tiempo que el sol... al menos en mis días. Anoche lloré. Es lo que paga una por escuchar canciones viejas que solían ser bonitas, pero luego se les implanta un recuerdo o una imagen que se convierte nostálgica, y la canción pierde ese sabor del bueno. Bah, no es para tanto... técnicamente, mojada sólo duré los 5:01 minutos que dura la mentada canción. No más, no menos. Grave hubiera sido si ameneciera con los ojos hinchados... y nop.
¿Alguien de ustedes alguna vez ha tenido uno de esos ataques emocionales (positivos) de que "quiero hacer muchas cosas, ser buena y dedicada en todo lo que me estoy proponiendo y comprobarle al mundo entero que valgo"? Algo así me picó. No sé ni por qué necesidad de comprobar esas cosas, ni mucho menos comprobárselas a quién... probablemente a mí misma. No es que ande con el autoestima por los suelos, es más bien una necesidad de buscar algo de motivación en general, partiendo de la rutina diaria (que prefiero no llamarla rutina porque en escencia no lo es).
Por otro lado, sufrí de un engaño recientemente (que prefiero no llamarlo engaño porque en escencia no lo es)... pero así se sintió. Y es normal. Supongo que es mejor dejar ciertas verdades en latencia por un tiempo antes de explotarlas al mundo, todo con el mero objetivo de conseguir lo que quiere. Y lo consiguió... hasta cierto punto. Y no me siento mal, hasta eso... es bueno. Pero no puedo evitar sentirme un poco usada. No, no usada... nomás extraña. Ingenua o ignorante... o tan sencillo como característicamente distraída. Se siente bien raro cuando tú vas caminando por una situación pensando una cosa, y alrededor tuyo es otra verdad, pero vas confiada de que la versión que tienes es la que es. Y no. Resulta que no. Extraña sensación, ¿no?
Hoy que me levanté en la mañana (hace mucho que no lo hacía) me dio por soñar despierta. Mi papá me pidió que recogiera mi mugrero, que al rato viene la familia entera a festejar el 32° cumpleaños de mi primo, el mayor de los Brunet... que se casa el siguiente agosto! :) Y mientras recogía los nerds que dejé por todo el suelo, mis CD's, los cojines, las cáscaras duras ya de naranja y las fotocopias de mi lectura de Alfred Binet... divagaba. No en pensamientos del ahora ni del ayer, sino las típicas invasiones de un futuro que todavía le falta buen rato para llegar.
Pero me limité sólo a pensar en mi hogar. El susodicho, soñado y re-soñado futuro hogar... dónde estaría cada cosa y así. Lo imaginé en un día cualquiera (que prefiero no llamarlo cualquiera porque en escencia no lo es). No era cumpleaños de ningún escuincle mío, ni sepa qué número de aniversario de mi hombre y yo. Era un día de levantarse tarde. Y me ví a mí misma recogiendo los cojines en la mañana, uno o dos de mis hijos jugando con sus carritos, y mi santo desafortunado marido quemando los baguettes en la cocina. "Amor! Ven, ven, ven... T-T por favor, ven!", me lloraba. Mira que en asuntos de cocina resulta que siempre necesita a veces sólo asistencia, pero por lo general un rescate formal. La casa estaba batida porque era domingo, los 4 huercos aún en pijamas y las garras acumulándoseme en la lavandería.
Suena el timbre y el tipo del periódico viene a cobrar la mensualidad. Con la escoba en mano, el paliacate en la cabeza y una gota de sudor resbalándose en mi frente, corro por la cartera. Le pago, se va, y me tiro al suelo en la entrada de mi casa
con el periódico encima de mi cara. Uno de los 4 pingos me quita la escoba y empieza a hacerla de Harry (o más bien de algún otro mago cósmico que sale en las caricaturas futurísticas que le gustan), el desafortunado me quita el periódico de la cara y me ofrece un enorme plato con pan negro y excesiva mantequilla. Le doy una mordidota (ya ni sé si al pan o a él)... ¿Qué podía yo hacer? Traía puesta
esa camisa que me vuelve loca...
De repente, una pequeñísima mocosilla de perfectos caireles castaños se me acerca y me murmura: "Oye, Mami... hoy es día de papalote", y por detrás de su espalda deja ver un enorme papalote rojo que no alcanza a ocultarse detrás de su cuerpecillo frágil de leche azucarada. Me levanto de golpe con la huerca en mis brazos y todos empezamos a sonreír de oreja a oreja. El alegre marido grita la reunión de los tres que me faltan... Y empezamos a contar: Una la traigo cargada, con un brazo en mi cuello y el otro agarrado del papalote. La otra chiquilla camina a pasitos de pollo hacia mí tallándose el ojo, con su muñequita que tiene desde el día que nació y pequeñas marcas de almohada en su mejilla. El chimuelo llega presumiendo su huequillo ese en la boca con una enorme sonrisa, agregado de un enorme chipote en la frente por tanto volar en la escoba mágica. Hmm, me falta uno... Grito su nombre y escucho una risilla detrás de mí... y ahí sentado está el tragón de la familia, sonriéndome pícaramente con esos dientes que negros trae ya tras tragar ese pedazo de pan carbonizado.
Así y ya, nadamás, salimos por la puerta en manada... entre pijamas, paliacates, marcas de almohada, dientes de carbón, caireles, papalote rojo, y esa camisa... a un lugar de viento, abierto y verde que aún desconozco. Un lugar por ahí que se volverá el elegido para nuestros domingos esos de papalote que una vez cada yo no sé cuánto haremos si es que hacemos.
Dios... tengo apenas 19 años! Creo que nunca había escrito una entrada así... y netamente es rara la vez en que me da hipo de éstos y pienso en estas ideas situacionales a las que les faltan años en llegar. Pero cuando me da por hacerlo, debo admitir que se siente bonito por dentro. No sé cómo. Qué cosas, qué tonterías. Mejor ya me voy a hacer mi tarea o algo... no he acabado de leer Alfred Binet! :P Con permiso.