JacquelineB.
El defecto más odioso de mí es la indecisión. Hasta le caigo mal a la gente en los restaurantes porque aparentemente se va a acabar el mundo si no decido pronto qué endemoniado platillo pedir para cenar. Sé que desespero a la gente porque no puedo escoger qué película, qué juego o qué actividad hacer. Peor aún, cuando es de esas decisiones grandes, pesadas, profundas... Aparentemente, me entra un virus que me bloquea, me inmoviliza, me hace estéril de decisiones. Me asusta. Mi maldita cabeza quiere intervenir en todo, recorrer todos los laberintos, palpar cada opción. Y se me ahoga el corazón, retorciéndose de las ansias por actuar. Yo no era así antes, por eso es un síntoma de algo que no me pertenece.

En la piel.
La piel se me eriza de escalofríos. Los poros se me cierran por completo. Dejo de sudar mi calor, que va en aumento por la frustración. Significa que algo hice mal, o que algo que hice bien que parece mal me está encerrando en una jaula helada y lluviosa. Tormentosa. Pero mi piel se mantiene seca, partida, erosionada. Al mismo tiempo de enfriarse y empalidecerse, como si hubiera perdido vida. Pierde el color rosado, se vuelve morada y helada... Amenaza con llenarse de moretones.

En el pecho.
Por los cielos, el vacío en mi pecho. Es casi intolerable. Pensaría que no tener nada en el tórax me dejaría respirar mejor, que entraría más oxígeno. No. De un jalón, todo lo succiona y se vuelve un hoyo negro, donde no se respira. Se flota de una manera impredecible que duele. Cala. Como si me quedara sin pulmones. Hasta dejo de sentir mi corazón bombeando sangre, como si dejara de sentir todo lo que me indica que estoy viva. Tengo que respirar más profundo, porque mi cuerpo cree que no está entrando nada. Se me dilatan las pupilas, también. El pecho se me hiela. La sensación me pica en las costillas, dura unos segundos y se va. Pero luego vuelve y cada vez permanece más tiempo.

En la garganta.
Todo lo que hay ahí, adentro del cuello, todo se me amarra. Se entremezcla la tráquea, las amígdalas y la laringe... Se me hace un nudo que no me deja hablar y que me carcome las cuerdas vocales. Me vuelvo inmóvil. Las clavículas se me endurecen. Lo siento hasta el paladar, la boca entera. Me desgarra las paredes. Parece que respirar no era problema por ausencia de pulmones, sino por un fuego de impotencia en la garganta que no deja pasar brisa. Me seca la lengua y me deja muda. Hasta los labios se me parten.

En los ojos.
El más típico de todos. Lloro, porque mi piel no supo sudar. Lloro, porque el pecho no pudo soltar el aire. Lloro, porque mi garganta no me dejó hablar. Cuando el cuerpo ya no aguanta todo lo demás, tiene que salir por algún lado. Mis lágrimas son involuntarias, pero siempre las veo venir. Es el último síntoma de que algo me duele, algo me pica, algo me devora. Me empapo en ellas, en un intento de hidratarme para ya no sentir la calentura de mi frustración. No las controlo, ni las limito. Caen a mis labios partidos y sueltan el nudo en mi garganta, se cuelan entre mis pechos y entra aire a mis pulmones, recorren mis poros para calentarme la piel y desembocan en mi ombligo para entender que hasta la primera cicatriz sigue doliendo.
4 Responses
  1. JacquelineB. Says:

    Vuelvo a leer la nota y DAMN.


  2. Ssg. Rivera Says:

    Sí... sólo hay una cura... decidirte...
    supongo...


    Me he sentido así a veces... con esos mismos síntomas... o almenos unos muy parecidos. Pero no con la indecisión, con otras cosas, otros sentimientos... y estoy de acuerdo, sentirse así es de las cosas más feas... la falta de respiración y los nudos en la garganta, el vacio en el estómago y simplemente no saber qué hacer...

    Me ha pasado...


  3. Raúl Says:

    Súmale ganas de hacer pipí y haz de cuenta que describiste mi primer día en el kinder, jajaja...



Publicar un comentario