No hay mucha novedad, que digamos. Las estaciones cambian, los soles se ponen y el extrañar aumenta... Vaya normalidad. No se trata de nada más ni nada menos que la acumulación de sustancias químicas que hiperventilan mis pulmones y alteran mi flujo sanguíneo para enloquecer mi tonto corazón por el ratito que pude verlo. Como no tengo el lujo de abrazarlo a diario, creo historias en mi mente y las empiezo a plasmar en pedazos en mi vida cotidiana. Invento máquinas en las que no me importa el ayer ni el mañana, cuando pienso que todo lo que importa es este miércoles o jueves para tomar una decisión que me hará sobrevivir un día más sin caer ahogada en el fondo de mis propios líquidos.
Por eso me corté el cabello. Las mujeres somos criaturas muy extrañas que de vez en cuando una picadura nos pica y tenemos que cambiar algo, sobre todo cuando se trata de mujeres impulsivas como yo. Es la primera de tres cosas... Mi apariencia es diferente. No parezco tanto una pelirroja despeinada que ya no sabe ni cómo acomodarse el cabello de tan quemado y poco estable que está. Parezco ahora entre colegiala, ejecutiva y maestra al mismo tiempo... con un corte tan corto como nunca lo he tenido antes, un fleco que no he tenido desde los 11 años y un color natural de café que tanto extrañaba ver en el espejo (bueno, el tinte falló porque sigue enrojeciéndose con el sol pero ya oscurecerá un poco más). Esa es la primera imagen, que no sólo mi cabello cambió pero que tiene un agregado peculiar de unos lentes de aumento que me encontré por ahí, rectangulares negros y con un delineado rojo que le dan un más a la descripción previa que dí de lo que ahora parezco. Esto me hace sobrevivir un poco más las añoranzas, ver que puedo ser otra siendo la misma y darme un poco más de gusto cuando me tallo los pies o me entrepeino la cabellera. Y al final... mis lentes.
No es lo único que me ayuda. No. Al seguir hablando de lujos, hablo de antojos. Gracias a Dios dejé mis antojos por galletas en cantidades desmedidas y conos de nieve que ni el gordo más gordo se termina de empachar. Mokka Frapuccino Grande con caramelo y, si me siento delgada, crema batida. Sí, es azucarado y alto en calorías... pero es un vicio maldito que me trae una sonrisa al rostro cada que lo consumo con todo y su precio ridículamente alto: mi Starbucks.
Y lo último, que también es el principio y el medio, es el recuerdo. El recuerdo que tengo de este ser por quien me despierto con ocurrencias para la próxima vez que lo vea. De quien espero todo y nada, y nadamás estoy esperando darle todo. Bien es cierto que tengo su imagen vívida en mi mente las 18 horas al día que estoy despierta, y las 6 horas al día que estoy dormida soñando con él. Su persona es algo que no olvida y me palpita el corazón para no apaciguarse el sólo pensar, el sólo recordar que es mío y soy de él. Cargo, pues, en mi tonto celular su fotografía sonriente en la primera pantalla, de la última vez que lo tuve cerca regalándome la sonrisa más pura para impregnarla en mi piel... mi celular.
Estas tres cosas, por más tontas y tan sólo representativas que sean, son lo que me llevan al final de las 24 horas del día. Quedan 3 meses y sin ellas no sabría aguantar al menos hasta la próxima visita... a veces predecible, a veces no. Sólo estas tres cosas: mis cambios para sentirme renovada, mis antojos para sentirme saciada y mis recuerdos para sentirme viva.
Cuántas veces me quejo y cuántas veces más me quejaré del mentado 'suplicio' de 400 millas que nos separan, pero es que no saben que estamos más conectados (literalmente) que nunca y por más tiempo del que imaginé cuando partió. Pasamos horas y días enteros, de principio a final, pegados el uno al otro en todos los sentidos menos el físico. Así que ya lo abrazaré y saciaré mi sed de tenerlo aquí cuando lo vea. Lo demás no es sed porque lo siento tan presente. Yo sé que está aquí realmente, no allá. Su cuerpo está allá y viene a prestármelo de vez en cuando para jugar con él a desenredarle los cabellos y decirle secretos al oído. Pero todo lo demás que tiene y me lo da, que es tanto, me lo deja aquí...
Por eso me corté el cabello. Las mujeres somos criaturas muy extrañas que de vez en cuando una picadura nos pica y tenemos que cambiar algo, sobre todo cuando se trata de mujeres impulsivas como yo. Es la primera de tres cosas... Mi apariencia es diferente. No parezco tanto una pelirroja despeinada que ya no sabe ni cómo acomodarse el cabello de tan quemado y poco estable que está. Parezco ahora entre colegiala, ejecutiva y maestra al mismo tiempo... con un corte tan corto como nunca lo he tenido antes, un fleco que no he tenido desde los 11 años y un color natural de café que tanto extrañaba ver en el espejo (bueno, el tinte falló porque sigue enrojeciéndose con el sol pero ya oscurecerá un poco más). Esa es la primera imagen, que no sólo mi cabello cambió pero que tiene un agregado peculiar de unos lentes de aumento que me encontré por ahí, rectangulares negros y con un delineado rojo que le dan un más a la descripción previa que dí de lo que ahora parezco. Esto me hace sobrevivir un poco más las añoranzas, ver que puedo ser otra siendo la misma y darme un poco más de gusto cuando me tallo los pies o me entrepeino la cabellera. Y al final... mis lentes.
No es lo único que me ayuda. No. Al seguir hablando de lujos, hablo de antojos. Gracias a Dios dejé mis antojos por galletas en cantidades desmedidas y conos de nieve que ni el gordo más gordo se termina de empachar. Mokka Frapuccino Grande con caramelo y, si me siento delgada, crema batida. Sí, es azucarado y alto en calorías... pero es un vicio maldito que me trae una sonrisa al rostro cada que lo consumo con todo y su precio ridículamente alto: mi Starbucks.
Y lo último, que también es el principio y el medio, es el recuerdo. El recuerdo que tengo de este ser por quien me despierto con ocurrencias para la próxima vez que lo vea. De quien espero todo y nada, y nadamás estoy esperando darle todo. Bien es cierto que tengo su imagen vívida en mi mente las 18 horas al día que estoy despierta, y las 6 horas al día que estoy dormida soñando con él. Su persona es algo que no olvida y me palpita el corazón para no apaciguarse el sólo pensar, el sólo recordar que es mío y soy de él. Cargo, pues, en mi tonto celular su fotografía sonriente en la primera pantalla, de la última vez que lo tuve cerca regalándome la sonrisa más pura para impregnarla en mi piel... mi celular.
Estas tres cosas, por más tontas y tan sólo representativas que sean, son lo que me llevan al final de las 24 horas del día. Quedan 3 meses y sin ellas no sabría aguantar al menos hasta la próxima visita... a veces predecible, a veces no. Sólo estas tres cosas: mis cambios para sentirme renovada, mis antojos para sentirme saciada y mis recuerdos para sentirme viva.
Cuántas veces me quejo y cuántas veces más me quejaré del mentado 'suplicio' de 400 millas que nos separan, pero es que no saben que estamos más conectados (literalmente) que nunca y por más tiempo del que imaginé cuando partió. Pasamos horas y días enteros, de principio a final, pegados el uno al otro en todos los sentidos menos el físico. Así que ya lo abrazaré y saciaré mi sed de tenerlo aquí cuando lo vea. Lo demás no es sed porque lo siento tan presente. Yo sé que está aquí realmente, no allá. Su cuerpo está allá y viene a prestármelo de vez en cuando para jugar con él a desenredarle los cabellos y decirle secretos al oído. Pero todo lo demás que tiene y me lo da, que es tanto, me lo deja aquí...
Jackie, hasta ahora vengo a comentar, lo sé. Hace dos meses que lo pusiste y ya tan sólo falta un mes más para estar juntos de nuevo físicamente. Porque como tú dices, sólo mi cuerpo no está ahí, el resto, todo lo demás, está ahí contigo, siempre.
Gracias por ser una novia tan hermosa, tan genial, tan siempre presente, tan considerada y tan bella en todos los sentidos.
Cómo no darte todo lo que tengo si para mi no hay nada más que tú. Te adoro, te adoro demasiado. Y yo también ansío con todas mis fuerzas el siguiente momento que tendré para tenerte en mis brazos, acariciar tu piel, jugar con tus cabellos ahora menos cortos y más cafés, tomarnos un starbucks juntos y seguir atesorando momentos que haremos eternos.
Te quiero mi Jacqueline.